Hay tenistas que esconden el miedo escénico siendo agresivos en la cancha, pegándole a cada pelota como si no hubiera un mañana y no dándole opción a su rival para terminar lo más pronto posible. Estrategia válida, pero peligrosa. Este sábado Jelena Ostapenko, una joven de 20 años (recién cumplidos), con los dientes tan grandes que parecen de leche, superó a Simona Halep en la final de Roland Garros, por 4-6, 6-4 y 6-3, e igualó a la británica Margaret Scriven, quien en 1933 también obtuvo el título con la misma edad.
A pesar de ir abajo 6-3 y 3-0, Ostapenko no renunció a lo que mejor sabe hacer: pegarle a la pelota, desde cada rincón, sin importar que fuera corriendo o bien posicionada. La lituana fue fundiendo la muralla que puso Halep a punta de cañonazos, uno tras otro, sin piedad. Los peloteos fueron pocos, los tiros ganadores muchos (54 contra ocho de su rival), la recompensa enorme.
Ser arriesgado y jugársela con una sola estrategia sirve. A Ostapenko no le falló el pulso, tampoco los nervios, la raqueta no tembló, por el contrario, estuvo firme para sacar los misiles con los que fue dilapidando el espíritu guerrero de su rival. Primer título en su carrera y qué mejor manera de inaugurar la vitrina que con la Copa Suzanne Lenglen.
Ganar sin ser favorito es posible, obtener una corona de Grand Slam sin tener un nombre conocido también. Desde hoy a Jelena le sonará su celular día y noche, no solo con llamadas del presidente de su país, sino con cientos de periodistas y conocidos que quieren escuchar la voz de una mujer con el carisma y el tenis suficiente para ser una de las grandes del mundo.