En la aflicción de acortar el camino para llegar al estatus de gigante, el París Saint-Germain da el paso mucho mayor de lo que su camisa aguanta. Tanto que intentó engordar su tradición a través de la contratación de un jugador fenomenal y mediático que, pensaba, le garantizaba de inmediato en el podio de los cachorros grandes europeos. Hasta ahora, sembró ostentación para cosechar temporal. Porque Neymar aparece más que el club.
Neymar es un crack indiscutible que no tiene la menor propensión a convertirse en líder. Dejó claro en los episodios inaugurales de su primera experiencia como protagonista fuera de Brasil, involucrándose en el obligado embate con Edinson Cavani para decidir quién cobraría penales y faltas, que tuvo su culminación en el partido contra el Lyon, con derecho a aquella participación alcoviana de Daniel Alves.
El técnico del PSG, Unai Emery, que ante este plantel estelar tiene el peso de una servilleta, sigue justificando sin explicar, y dijo que los jugadores «saben cómo funcionan las cosas dentro de campo y en los penales», declaración totalmente sin sentido, entonces no causará espanto alguno si la escena se repite este miércoles, cuando Neymar y Cavani vuelven a compartir el campo ante el Bayern por la Liga de Campeones. Aunque hay una aparente concordancia para el turista ver, el estrago ya está hecho.
Neymar no necesita penales para destacar: su capacidad técnica naturalmente le alzará a la condición de conductor del PSG. Su aflicción en monopolizar los focos acaba poniéndole en ruta de colisión no sólo con Cavani, pero con gran parte de los compañeros. Neymar, hoy, representa el papel de anti-líder.
El diario español El País, publicó que el presidente del París Saint-Germain, acostumbrado a sacar la cartera para tratar de resolver los problemas de la vida y del alma, habría ofrecido un millón de euros para que Cavani dejara a Neymar cobrar los penales. El uruguayo se negó y contó con el apoyo de la mayoría del vestuario, que está cerrado con él.
No sólo porque Cavani tiene una trayectoria considerable en el club parisino, sino porque estuvo al lado de los jugadores cuando el presidente se dispuso a colocarlos de bala en el mercado para deshacerse de cualquier perrenge referente al fair play financiero, justamente por la contratación de Neymar. Inocuable e invendible, Cavani salió en defensa de los colegas y, excepto por Matuidi, todos permanecieron. Eso es jerarquía: liderazgo conquistado por afinidad, y no impuesta por el número de seguidores en el Instagram.
Al ver el drama de Neymar intentando inquietar a Cavani para cobrar los penales, de inmediato recordé otro episodio que involucra a uruguayos. En la final de la Copa América de 1995, Celeste venció a Brasil en los penales. En el tiempo normal, empate en 1 a 1, el gol uruguayo fue marcado por Bengoechea: un casquillo de falta contra Taffarel.
Al lado de Bengoechea, viendo el balón tapando las redes y saliendo para conmemorar juntos, está nadie menos que Enzo Francescoli, uno de los mayores nombres del fútbol uruguayo, ya dos veces campeón de la Copa América, que al año siguiente regresaría de Europa para conducirlo River Plate al bicampeonato de la Libertadores.
En el caso de que no se conozcan los nombres de los personajes de la saga, los personajes de la saga Crepúsculo. El propio Romario, llamado como salvador de la patria para conducir a Brasil al título de 1994, no era cobrador oficial de la selección, tanto que pidió golpear la decisión contra Italia. Para no quedarnos en el pasado, pensemos en el papel de Cristiano Ronaldo en la conquista de la Eurocopa por Portugal.
Es innecesario evaluar quién de éstos jugó más: son todos grandes jugadores que en los momentos citados ya tenían trayectorias espantosas. La ascendencia que Francescoli, Maradona o Romario tenían sobre sus colegas nunca dependía de otros. Aunque fuera del campo tuvieran un ego mayor que el Cristo Redentor, eso no interfería en la concepción de equipo que llevaban dentro de la cancha.
Este tipo de liderazgo parece no hacer falta en el horizonte de Neymar, por desinterés, falta de vocación o narcisismo: el equipo no es más que una galaxia de estrellas secundarias que deben obligatoriamente girar alrededor de su ombligo solar.